2013-02-21

La función mínima —Michael Behe


Hasta el momento hemos examinado la cuestión de la complejidad irreductible, y la hemos visto como un desafío a la evolución por etapas (ver aquí). Pero existe otra dificultad para Darwin. Mi lista previa de las dificultades que deja una ratonera irreduciblemente compleja ha sido muy generosa, ya que la mayoría de los artefactos que presenten los cinco componentes de una ratonera típica fallarán, no obstante, en cumplir su función. Si la plataforma estuviese hecha de papel, por ejemplo, la trampa fallaría. Además, si el martillo fuese muy pesado, acabaría rompiendo el muelle. Si el muelle estuviese flojo, no lograría mover al martillo. Si la barra de sujeción fuese muy corta, esta no alcanzaría al cepo. Si el cepo fuese muy largo, no relacionaría su función a la de las otras piezas. Se necesita una simple lista de componentes para hacer una trampa de ratones, pero no es suficiente como para construir una trampa de ratones que sea funcional.

Para ser candidato a la selección natural un sistema debe tener una función mínima: la capacidad de realizar un trabajo determinado bajo circunstancias físicamente realistas. Una ratonera elaborada con los materiales inapropiados no cumplirá con el criterio de función mínima; incluso existen máquinas que hacen todo aquello que se supone que deben hacer y, sin embargo, no son de mucha utilidad. Como ilustración, suponga que el primer motor fueraborda del mundo fue diseñado e introducido en el mercado. El motor funcionó débilmente quemando gasolina a ritmo controlado, transmitiendo su fuerza a lo largo del eje y haciendo rotar a la hélice, pero esta última roto a solo una revolución por hora. Esta es una hazaña tecnológica impresionante; después de todo, quemar gasolina cerca de una hélice no le hace daño al bote. Sin embargo, poca gente compraría tal máquina, porque falla al no cumplir su propósito de una forma adecuada y competente.

El rendimiento es el inadecuado debido a alguna de las razones siguientes. La primera razón es que la máquina no concluye el trabajo. Un grupo de pescadores que se encuentren en medio del lago sobre un bote con una hélice que gire muy lentamente no llegaran al puerto: las corrientes eventuales del agua y del viento sacarían de su curso a la embarcación. La segunda razón por la que el rendimiento sería el inapropiado se da si el aparato en cuestión es menos eficiente que el trabajo que se puede realizar por otros medios más simples. Ninguno usaría un motor fueraborda ineficiente cuando puede mover el bote por sí solo o con una vela.

A diferencia de la complejidad irreductible (en donde podemos enumerar partes discretas), la función mínima es a veces difícil de definir. Si una revolución por hora es insuficiente para un motor fueraborda; ¿Cómo lo serán cien? ¿O mil? No obstante, la función mínima es crítica en la evolución de las estructuras biológicas. Por ejemplo, ¿Cuál es la cantidad mínima de hidroquinona que puede detectar un depredador? ¿Cuánto cambio puede percibir de un aumento de temperatura en una solución? Si el predador no puede anoticiarse de una cantidad simple de hidroquinona o un de pequeño cambio de temperatura, nuestro cuento de Dawkins sobre la evolución del escarabajo bombardero queda guardado entre las historias de la vaca que salta sobre la luna. Los sistemas irreduciblemente complejos son calles horriblemente bloqueadas para la evolución Darwiniana; la necesidad de una función mínima exacerba el dilema.


Autor: Michael Behe. Recibio el doctorado en Bioquimica de la Universidad de Pensilvania en el año 1978. Actualmente trabaja como profesor en la Universidad de Leigh, como investigador en el Discovery Institute. Es uno de los principales teóricos del Diseño Inteligente y ha escrito varios libros sobre la temática. Su libro Darwin's Black Box: The Biochemical Challengue to Evolution fue seleccionado por la revista National Review y World como uno de los 100 libros más importantes del siglo 20. 

Traductor: Daniel Alonso - Estudia Licenciatura en Ciencias Biológicas en la UNT, Argentina.

Fuente: Behe, M. (1996) Darwin's Black Box: The Biochemical Challengue to Evolution, 10th ed. (2006) Free Press, New York, p. 45-47. 


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